(léase sindicatos y similares) habían caminado unidos en la época industrial, a las
fuerzas políticas e ideológicas por efecto de un principio universalista de referencia, el
progreso por el concurso de la razón... pero celebra que ha dejado de existir semejante
principio objetivo, portador dentro de sí de toda una filosofía de la historia.
Pero no las tiene todas consigo. Refiriéndose a sus “autores sociales autónomos”, una y
otra vez repite que existe un peligro real, e incluso creciente, de ver que esa acción
«afirmativa» la desbordan y manipulan ideologías que tienen como único contenido
la denuncia del orden establecido... No hay duda, su única preocupación es la
conservación del orden establecido. Consiente en todas las reformas que sean necesarias
para que todo quede como está. El enemigo a batir, pues, no es el capitalismo liberal,
sino los movimientos, como el comunista, que quieren sustituirlo por algo
completamente diferente. A este respecto no tiene desperdicio el siguiente párrafo de su
libro, que transcribimos:
Hoy esta subordinación de la protesta social a la acción política e ideológica no dispone
del mismo efecto dinámico que tenía cuando los partidos comunistas apoyaban las luchas
obreras y anticolonialistas, si bien utilizándolas para la construcción de su propio
proyecto político totalitario. En todo caso, nos recuerda el caso de las guerrillas
latinoamericanas de los últimos treinta años. Éstas, en efecto, no mantenían más que
relaciones indirectas con las poblaciones rurales en nombre de las cuales tomaban las
armas, sin olvidar que sus bases provenían de los jóvenes de las clases medias urbanas
radicalizadas que se consideraban a sí mismas la vanguardia de la liberación de los
pueblos; eso ha conducido a trágicas situaciones sin salida. Ha sido necesario el
hundimiento de los sistemas soviético y cubano para que en América Latina se originen
movimientos indígenas de distinto signo, como los de Rigoberta Menchú en Guatemala o
los zapatistas del subcomandante Marcos en México. Todos esos movimientos han
renunciado a las políticas de ruptura adoptando líneas políticas activamente democráticas
.
No cuesta trabajo comprender que lo que le gusta de los nuevos movimientos sociales
(europeos y latinoamericanos) es su vocación (real o pretendida) de no cuestionar el
orden económico existente, al contrario de los anteriores movimientos (Comunismo,
Socialismo, Cuba, sandinistas...) con un proyecto distinto de sociedad, al que é1 cuelga
la etiqueta de “totalitarios” para desacreditarlos y dando por supuesto, y sin apelación,
que los defectos de esos proyectos no son subsanables, y que sirven para rechazarlos
definitivamente sin más discusión. Todas las oportunidades de enmienda y reforma son
reservadas para un capitalismo en el que él está bien instalado y que, a sus ojos, y a
pesar de todo lo que está ocurriendo en el mundo, no es detestable en absoluto.
En su afán de conjurar el peligro revolucionario, llega a negar la existencia de la
necesidad objetiva de transformaciones sociales. Se empeña en creer que están
superadas las contradicciones socioeconómicas que dieron origen a la lucha obrera.
Aunque no lo manifieste explícitamente, parece asumir la idea liberal de que no sólo no
existe la lucha de ciases sino que incluso no existen clases sociales con intereses
contrapuestos. Al menos eso es lo que se desprende del párrafo donde dice:
Antes de
ayer se trataba de la nación contra el rey, ayer de los trabajadores contra los patronos;
hoy se trata de la defensa de los derechos culturales contra la integración obligatoria
. Es
decir, relega la lucha de ciases a un ayer que significa declararla pasada de moda, y la