E
l título de la obra
¿C
ó
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o salir del liberalis
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o
?
hace pensar que se trata de uno
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ás de los
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últiples estudios que se esn haciendo desde posiciones poticas de izquierda para superar
el actual
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odelo de capitalis
m
o ultraliberal y globalizador con su do
m
inación
m
undial y su
correlativo ideológico del pensa
m
iento único
. P
ara que se desvanezca esa idea basta con leer
las tres primeras páginas de la introducción que hace el propio autor. Alain Touraine ni
se molesta en pasar por izquierdista; él se define como reformista y, a decir verdad, en
su texto no se evidencia que tenga mucha prisa en salir del liberalismo ni mucho interés
en mostrar caminos para esa salida. Más bien parece que adora el sistema liberal y ni
siquiera se molesta demasiado en disimularlo. Solo le preocupan los aspectos más
salvajes del capitalismo liberal, los que pueden poner en peligro al mismo sistema
capitalista. Por ejemplo, se pronuncia a favor de una restricción de la libertad de flujo de
capitales. Pero esa y otras medidas que admite no parecen tener más finalidad que salvar
al sistema capitalista de sí mismo y de los peligros en que es capaz de meterse.
En cuanto al concepto de pensamiento único” se muestra reticente y escéptico; expone
serias dudas acerca de su i
m
portancia y hasta de su misma existencia. Lo cierto es que él
es y funciona como uno más de los difusores de esa ideología dominante. Pensamiento
único” no significa voz única”. La ideología dominante tiene muchas voces y muchos
portavoces, y además portavoces de muchos tipos. Nuestro personaje, sociólogo de
profesión, asume un tono y un estilo que quiere pasar por crítico del sistema pero en
realidad lo busca el perfeccionamiento y la perpetuación del propio sistema. Con el
pretexto declarado de criticar al liberalismo, con lo que se ensaña verdaderamente es
con el socialismo y el comunismo y hasta con el estado del bienestar. Tiene incluso la
desfachatez de lamentar que en Francia, por ejemplo, aún queda mucho sector blico
de la industria y muchos servicios sociales que no fueron todavía desmantelados por el
sistema neoliberal. No considera positivo, en absoluto, el que subsistan aún esos restos
de resistencia contra el liberalismo; él los desacredita colgándoles la etiqueta de
soluciones hacia atrás, (pasadas de moda”, para entendemos). Luego veremos la
intranscendencia de la solución hacia lo posible que él propugna.
Lo que deja claro es su rechazo total del tipo de soluciones que contemplen una
intervención estatal. En este tipo están incluídas todas formas de socialismo hasta ahora
practicadas y también el tipo de gestión realizada desde el final de la segunda guerra
mundial en los países industrializados y que se denominó estado del bienestar. Enumera
los fallos y errores de esas experiencias, como cuando dice ¡No son acaso el
inmovilismo y la mala gestión del sector público las razones que han agravado la
crisis económica?, pero lo hace sólo con la intención de arrojar luego la criatura junto
con el agua sucia. En realidad no se trata de su criatura, su criatura es el capitalismo y a
ésta se preocupa mucho de lavarla con delicadeza y tiene mucho cuidado de librarla de
sus lacras para salvarla, y así se toma el trabajo de matizar entre mundialización y
liberalismo. Se permite renunciar a algunos aspectos de la mundialización, como el
comentado libre flujo de capitales, pero sólo para salvar al liberalismo y con él al
capitalismo, que, por lo visto, en su concepción de la sociedad, gozan de un status de
indiscutibles e incuestionables.
En cuanto a la solución que propugna, hay que decir que él no propugna ninguna
solución concreta. Lo que propone es lo que él llama nuevos actores sociales, es decir,
nuevos protagonistas de la lucha social, y que él contrapone a los anteriores: partidos,
sindicatos o, usando su expresión movimientos políticos, religiosos o filosóficos con
ideología. Para referirse a los nuevos actores sociales que él bendice, suele utilizar
expresiones co
m
o
movimientos sociales independientes o actores sociales autónomos
para
resaltar el rasgo que a él le gusta más: la no relación de esos movimientos con los
partidos políticos e ideologías que tienen un proyecto de transfor
m
acn social
. E
se tipo de
nuevos actores
:
argelinos inmigrantes, asociaciones contra el
SIDA
, m
ovi
m
ientos de los
sin
(
sin techo, sin papeles, sin trabajo) se caracterizan por limitarse a su reivindicación
parcial y concreta que no pone tela de juicio la permanencia del orden establecido.
De manera expcita, é1 resalta el hecho de que esos movimientos se limitan a
reivindicaciones particulares. Lo que él teme como a la peste es que tales movimientos
puedan llegar a depender de fuerzas políticas o ideológicas... que se arrogan ellas
mismas la función de vanguardias cuya tarea consiste en dotarlos de sentido, e
incluso de organización, a sus movimientos monotemáticos, aportándoles una influ-
encia ideológica que, en su opinión, los deforma y los sofoca. Reprueba las acciones
colectivas y la instrumentación por parte de vanguardias poderosas y experimentadas
(grupos con una ideoloa). Registra, con satisfacción y alivio, que los gays y las
lesbianas buscan reconocimiento más que la transformación del conjunto de la
sociedad, y que la intención de los sin papeles no es la transformación de la
sociedad sino que su único objetivo consiste en la regularización de la situación legal
de los inmigrantes clandestinos, y que se ve claramente que su voluntad de
integración social no tiene nada de revolucionaria. Insistentemente pone énfasis en
esos movimientos cuya verdadera razón de ser es la defensa de ciertos derechos muv
precisos y la búsqueda de soluciones concretas. Los subrayados son nuestros para
resaltar la importancia que el autor del libro que comentamos da al carácter parcelario y
particular de las reivindicaciones de sus “actores sociales”. Lo que aplaude en ellos es
que no traigan debajo del brazo un proyecto nuevo de sociedad, al contrario de lo que
hicieron los comunistas a lo largo del siglo que termina. Se esfuerza en disociar la lucha
de esos movimientos sociales de la acción revolucionaria, insistiendo en que la creación
de actores sociales y la denuncia política e ideológica de un orden injusto se van
distanciando cada vez más.
Sea esto real, o sea que toma sus deseos por realidades, lo que queda claro en todo caso
es que en el mundo con el que él sueña no hay ningún lugar para los movimientos
políticos e ideológicos que tienen una visión global de la problemática social y un
proyecto de transformación de la sociedad, y mucho menos si se trata de una
transformación revolucionaria. Se lamenta de que los anteriores movimientos sociales
(léase sindicatos y similares) habían caminado unidos en la época industrial, a las
fuerzas políticas e ideológicas por efecto de un principio universalista de referencia, el
progreso por el concurso de la razón... pero celebra que ha dejado de existir semejante
principio objetivo, portador dentro de sí de toda una filosofía de la historia.
Pero no las tiene todas consigo. Refiriéndose a sus autores sociales autónomos, una y
otra vez repite que existe un peligro real, e incluso creciente, de ver que esa acción
«afirmativ la desbordan y manipulan ideologías que tienen como único contenido
la denuncia del orden establecido... No hay duda, su única preocupación es la
conservación del orden establecido. Consiente en todas las reformas que sean necesarias
para que todo quede como está. El enemigo a batir, pues, no es el capitalismo liberal,
sino los movimientos, como el comunista, que quieren sustituirlo por algo
completamente diferente. A este respecto no tiene desperdicio el siguiente párrafo de su
libro, que transcribimos:
Hoy esta subordinación de la protesta social a la acción política e ideológica no dispone
del mismo efecto dinámico que tenía cuando los partidos comunistas apoyaban las luchas
obreras y anticolonialistas, si bien utilizándolas para la construcción de su propio
proyecto político totalitario. En todo caso, nos recuerda el caso de las guerrillas
latinoamericanas de los últimos treinta os. Éstas, en efecto, no mantenían más que
relaciones indirectas con las poblaciones rurales en nombre de las cuales tomaban las
armas, sin olvidar que sus bases provenían de los jóvenes de las clases medias urbanas
radicalizadas que se consideraban a sí mismas la vanguardia de la liberación de los
pueblos; eso ha conducido a trágicas situaciones sin salida. Ha sido necesario el
hundimiento de los sistemas soviético y cubano para que en América Latina se originen
movimientos indígenas de distinto signo, como los de Rigoberta Menchú en Guatemala o
los zapatistas del subcomandante Marcos en México. Todos esos movimientos han
renunciado a las políticas de ruptura adoptando líneas políticas activamente democráticas
.
No cuesta trabajo comprender que lo que le gusta de los nuevos movimientos sociales
(europeos y latinoamericanos) es su vocación (real o pretendida) de no cuestionar el
orden económico existente, al contrario de los anteriores movimientos (Comunismo,
Socialismo, Cuba, sandinistas...) con un proyecto distinto de sociedad, al que é1 cuelga
la etiqueta de totalitarios para desacreditarlos y dando por supuesto, y sin apelación,
que los defectos de esos proyectos no son subsanables, y que sirven para rechazarlos
definitivamente sin más discusión. Todas las oportunidades de enmienda y reforma son
reservadas para un capitalismo en el que él está bien instalado y que, a sus ojos, y a
pesar de todo lo que está ocurriendo en el mundo, no es detestable en absoluto.
En su afán de conjurar el peligro revolucionario, llega a negar la existencia de la
necesidad objetiva de transformaciones sociales. Se empeña en creer que están
superadas las contradicciones socioeconómicas que dieron origen a la lucha obrera.
Aunque no lo manifieste explícitamente, parece asumir la idea liberal de que no sólo no
existe la lucha de ciases sino que incluso no existen clases sociales con intereses
contrapuestos. Al menos eso es lo que se desprende del párrafo donde dice:
Antes de
ayer se trataba de la nación contra el rey, ayer de los trabajadores contra los patronos;
hoy se trata de la defensa de los derechos culturales contra la integración obligatoria
. Es
decir, relega la lucha de ciases a un ayer que significa declararla pasada de moda, y la
sustituye hoy por una pretendida lucha por derechos culturales a la que da más
importancia. Con las crecientes desigualdades hoy existentes en el mundo y la miseria
de la mayor parte de la población del planeta y el hambre de muchos millones de seres
humanos, la lucha socioeconómica sigue estando, y cada vez más, en un primer piano
del que Monsieur Touraine quisiera desalojarla. Su lucha por derechos culturales,
identidad específica de la individualidad y de los colectivos minoritarios, ecología,
feminismo... tiene su importancia, más en los países donde ya no se lucha por la
supervivencia y contra el hambre, pero no tiene porque estar desligada, como él
pretende, de la lucha general por un proyecto de sociedad más justa.
Su pretensión de promover una tercera vía (o segunda y media como él dice) entre
comunismo y capitalismo es sólo la clásica coartada de todos los reformistas que se
limitan a limar las aristas más agudas del capitalismo salvaje para obtener algo más
presentable (y más estable) pero manteniendo siempre la esencia de dominación clasista
y explotación económica que el capitalismo comporta. Otro artificio en esa estrategia de
ocultación de la realidad es el uso de etiquetas como democracia y lucha por las
libertades para definir una sociedad de la que, sin embargo, se oculta su naturaleza
económica para evitar precisiones que presupongan reconocimiento de formas de
explotación humana.
Resumiendo la posición política del autor de este libro y la naturaleza de las fórmulas
que propugna, diremos que toda su ideología constituye una condena de todo lo
nosotros representamos. Nuestras posiciones sindicales no le merecen más que
desprecio; en realidad ni siquiera menciona a los sindicatos entre los movimientos
sociales para quienes postula protagonismo social. Y no digamos ya un sindicalismo
como el de CC.OO. que se define como sociopolítico, con el mensaje de que los
trabajadores no tenemos sólo intereses laborales sino que además somos ciudadanos con
proyección política y una idea de organización social
. O
tro tanto pode
m
os decir en lo que
se refiere a
I
zquierda
U
nida
,
y esto no es una suposición gratuita por nuestra parte
,
ya que
él
m
is
m
o tiene la osadía de
m
encionar por su no
m
bre a esa organización política española
para desprestigiarla. Veamos lo que su texto dice a este respecto en la página 87:
La formación o el mantenimiento de un partido de extrema izquierda es un modo de
reforzar situaciones que han quedado periclitadas. Es algo que puede constatarse en
España con Izquierda Unida o, de manera diferente, en Italia, en donde Rifondacione
Comunista ha hecho caer al gobierno de Romano Prodi, o en Francia, con los últimos
fieles de George Marchais
.
Está claro: representamos precisamente todo lo que él odia, un proyecto alternativo de
sociedad y la vocación de realizarlo aglutinando, orientando y dando cuerpo político a
unos movimientos sociales que él quiere independientes, autónomos... e inocuos.
De ahí que nos declare periclitados y condenados al basurero de la Historia. Todo ello
en aras de la conservación y salvación de un sistema en el que se realizan plenamente
los burgueses intelectuales como él sugiriendo pequeñas reformas de imagen a una
sociedad en la que las desigualdades económicas y sociales alcanzan un nivel mayor
que el que existió en la época faraónica.
¡Menuda ración de pensamiento único!